martes, 22 de diciembre de 2009

La Mujer y La Ciudad

En Venezuela la crónica toma forma a partir del costumbrismo. Observamos en ella el panorama social y general, expresado en individuos típicos como Pepito, en Muchachos a la moda de Daniel Mendoza, un lechuguino que viste siempre a la moda, es el orgullo del padre, no respeta a nadie porque se cree más inteligente que los demás, pero es simplemente un vago y un vividor. Está también Un muerto de Andrés Silva, donde se habla sobre la beatificación de los muertos. Cuando una persona muere, las demás acostumbran a decir que en vida era un Santo, aunque nada tenga que ver con la realidad, por eso el narrador dice: “aunque usted sea viejo, malo, feo y cobarde, la sociedad ha perdido a una fuerte columna”. Y en Medicina callejera de Miguel Mármol, mejor conocido como Jabino, se hace alusión a la forma en que la gente siempre halla un medicamento o una solución, muchas veces perjudicial, a la anomalía que otras personas presentan cuando se enferman.
Como refiere Earle Herrera, el costumbrismo le dejó a la crónica “el pasaje humano, psicológico y social de toda una época, [así como las ansias de] satisfacer ese deseo de crítica y chismorreo que anida en el alma humana” (48 pág). Es por ello la importancia de escritoras como Elisa Lerner quien, a través de sus relatos, forja la imagen representativa que ha marcado a la mujer dentro de la sociedad.

Está por ejemplo, Final de un cándido sueño rooseveltiano, en Crónicas Ginecológícas de Elisa Lerner, donde se nos habla de la astucia de los hombres venezolanos, quienes “en materia de política muchas veces han sido tontos. Pero nunca en materia de amor” (65 pág). Un dentista casado, enamora a una modista, Mercedes García, y la convence a base de artimañas a no reclamar el traje nupcial y conformarse con lo que la relación pudiera ofrecerles, pero consigue otra amante y es descubierto por Mercedes quien, para vengar el orgullo herido, le dispara –sin lograr acabar con la vida del desgraciado- varias veces una pistola que él mismo le había dado a cuidar. Luego señala Lucila Palacios, parafraseada por Lerner, “-frente al desamor y largo engaño del dentista- quien había aullado de dolor, de orgullo femenino rebelde había sido Mercedes -la amante, desnuda de todo derecho- y no la esposa, dócil, inerte y haciéndose la vista gorda porque a ella, de todos modos, la amparaba conyugal protección” (68 pág).

En Miss Venezuela: Otra fracasada versión de El Dorado, vemos por ejemplo, cómo el concurso Miss Venezuela se ha convertido en otro medio que el venezolano utiliza para volverse famoso y adinerado, al igual que El Kino Táchira, “el concurso de Miss Venezuela, es sólo uno más entre el montón de socarrones negocios publicitarios que alteran la autenticidad del país. Estas reinas de belleza, de lleno comprometidas en el atolondramiento de la astucia comercial, hace tiempo que dejaron de representar las mejores causas del país” (36 pág). Ya no vemos la inocente pasión política y cultural, que Lerner menciona en los liceos capitalinos durante el treinteno democrático. Si Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, era la única novela que habían confesado leer las misses de la década del cincuenta, no sería extraño escuchar que el autor preferido de las misses actuales sea Paulo Cohelo, así como Norkis Batista confesó no haberle dado importancia a leer La Trepadora, cuando le tocó interpretar un papel en la adaptación para televisión que sacara RCTV de la novela de Gallegos. Seguramente si los premios para la ganadora del concurso fuera el dedicarse enteramente a las causas sociales del país, en lugar de un yate, una casa en Miami y demás comodidades, nadie se inscribiera o tuviéramos una más honesta y comprometida representación.

Para Martí citado por Ramos, en el capítulo de Decorar la ciudad: crónica y experiencia urbana, de Desencuentros de la Modernidad, “la ciudad aparecerá estrechamente ligada a la representación del desastre [y] de la catástrofe, como metáforas claves de la modernidad (…) La ciudad, ya en Martí, espacializa la fragmentación –que ella misma acarrea- del orden tradicional del discurso, problematizando la posibilidad misma de la representación.” Por eso, Martí va a hablar en sus crónicas, de que existe algo “oscurecido, desarticulado [y] polvoriento”. Surge el ferrocarril como elemento desintegrador de las familia, la mujer, más dedicada al goce y a la vanidad, es incapaz de transmitir buenos valores a los hijos, y como Ismaelito, los niños crecen sin un padre que los oriente.
Latinoamerica es una gran región de madres solteras.

En un principio, en Venezuela, dentro de la clase media las mujer venezolana debía ser cónyuge o costurera, según nos menciona Lerner en Un dócil rumor de máquinas Singer, luego a través de las películas y las telenovelas aparece la airosa mecanógrafa y, más adelante, de la mano de las actrices de los años cuarenta: Katherine Hepburn, Bárbara Stanwyck y Lana Turner, la reportera, mujer que en un mundo de hombres se ve obligada a escalar enrollada en las sábanas de los jefes. Ahora las mujeres corremos a “un indiscreto turismo sexual a los moteles” (57 pág), como aparece en Postal de Amor para Olivia. Nos hemos querido hacer independientes y en lugar de eso hemos facilitado el trabajo a los hombres en muchos aspectos, como en la conquista, el respeto, la lealtad, la responsabilidad y la fidelidad para con nosotras mismas. Nos pusimos en boca de todos, como aparece en El modo de comer del venezolano: La mujer, muy resguardada comensal, sobre las recetas que se guardaban celosamente dentro de las familias: “hoy estas famosas recetas culinarias se hallan muy publicitadas en tersas páginas de las revistas femeninas. Al tiempo que las hijas de esa misma familia esquivan, al parecer, una innecesaria virginidad ingiriendo pastillas anticoceptivas” (43 pág).

La liberación femenina, fue una máscara tramposa y mentirosa de las películas hollywoodenses que tenían esa moraleja de que la mujer sólo podía triunfar a través de su cuerpo. Como dice Lerner, en Zona oscura de la liberación femenina:


Para muchos hombres de nuestro país, el amor es una aspiración meramente numérica, transitoria (pero siempre triunfante) de obtención de mujeres […] Hay desencuentros: en nuestro país la libertad que otorga la pastilla es relativa. El macho sigue siendo el amo de un horario sexual que, muchas veces, es efímero, circunstancial, tiránico, oscilante. (191 pág).


Julio Ramos señala, en su capítulo sobre Decorar la ciudad: crónica y experiencia urbana, de Desencuentros de la modernidad, “paradójicamente, el encuentro con los discursos y en la crónica posibilita la consolidación del emergente campo estético”, pero al mismo tiempo por su capacidad etiquetadora de la sociedad, influye de una manera negativa en el modo que tenemos nosotros mismos al identificarnos. Dice Lerner que “éramos una sociedad de comadres” (La criminal peligrosidad de las rubias, 163 pág). El hecho de decir que las mujeres nos caracterizamos por ser chismosas, livianas, débiles, o de voz pequeñita no es algo que defina sólo una manera de ser real de la mujer sino algo propagado a través de la literatura.


Coco Chanel es una mis héroes, vistió a la mujer por fuera, la mujer en la literatura tiene la misión de contribuir a vestirla por dentro. Pienso que hay que retomar el papel forjador que tiene la literatura sobre la mujer. Según Lerner en La crónica femenina del franquismo, la novela rosa tiene un gran auge porque es barata y cubre “las fantasías del país pobre y pagato” (74 pág), más que literatura femenina hay libros-mujer donde se muestra la imaginación femenina. No lo creo, si Virginia Woolf consigue narrar en sus novelas no sólo los pensamientos femeninos sino también los masculinos, cuando por ejemplo dice: “Tal como la nube cruza ante el sol, así cae el silencio sobre Londres, y cae sobre la mente. Los esfuerzos cesan. El tiempo ondea el mástil. Aquí nos detenemos; aquí quedamos quietos, en pie. Rígido, sólo el esqueleto de la costumbre sostiene el caparazón humano. Que no contiene nada, se dijo Peter Walsh, y se sintió vacío” (La Señora Dalloway. 77 pág), es por una clara prueba del egoísmo de los hombres. Si el hombre es incapaz de profundizar en los pensamientos de las mujeres, no es porque seamos seres complicados, sino porque a ellos simplemente nos les interesa y en realidad les cuesta mucho pensar.


Ese desarraigo entre hombres y mujeres, surge a causa de la ciudad. El hombre como Fausto, en La resipisencia de Fausto, de Ramos Sucre, de su Antología Poética, “ha abandonado el estudio parsimonioso y el amor suave de Margarita, desde que trata con cierto personaje recién apartado del pueblo”. La urbe termina por hundir al hombre en su desorden, su desorientación y su caos reflejado en Entonces:

Te reconoceré al punto, no me sorprenderán tu alma atormentada y exquisita (…) El día de nuestro encuentro será igual a cualquier día de tu vida: Te veré buscando paso entre la multitud de transeúntes y carruajes que llena con su tumulto la calle y con su ruido el aire frío. La calle ha de ser larga (…) la harán más tediosa enormes edificios que niegan a la vista el acceso al cielo. Lejos de la ciudad nórdica estarán para entonces los pájaros que la alegraban con su canto y olvidado estará el sol (…) cuyo horror aumenta la industria con el negro aliento de sus fauces […] Al encontrarte, quedaremos unidos por el convencimiento de nuestro destierro en la ciudad moderna que se atormenta con el afán del oro (…) Unidos en un mismo ensueño, huiremos del mundo, cada día más bárbaro y avaro. Huiremos en un vuelo, porque nuestras vidas terminarán sin huellas, de tal modo que éste será el epitafio de nuestro idilio y de nuestra existencia: “Pisaron como sonámbulos sobre la tierra maldita”.

Ésta desunión entre hombres y mujeres, se ve representada también en las tiras cómicas, Los Picapiedras duermen en camas separadas, y como subraya Lerner en Moral en las tiras cómicas, de la recopilación en Yo amo a Columbo, “la tira cómica es, pues, género muy moral y, sin embargo, señala la expresión de cómo la risa, cómo lo cómico dejó de ser una risueña intimidad, un privilegio individual, una estupenda posesión personal y se fue convirtiendo en patrimonio de grandes mayorías, de la clase media”. 


A través de cada uno de estos personajes vemos representado el amor en las sociedades urbanas, amor que muchas veces como dice Lerner “es, solamente, un acto de adjudicación de vivienda” (Notas de un aspirante a escritor). Amor –desamor- que repercute catastróficamente en los niños. Mafalda, inventada por Quino, “responde a esa época de niños superdotados que nos ha traido la sociedad post-industrial” (Elisa Lerner. Mafalda). Mafalda mediante un agudo sentido crítico orientado a través de la televisión, piensa como adulto, quiere superarse académicamente al contrario de su madre, y dice cosas como que al mandar al trabajo a un padre, ellos, a cambio te devuelven una piltrafa de hombre. 


Henry busca un padre, llegando a suplir esa ausencia en sí mismo, representa a esos niños que “hasta cierto punto, son niños abandonados, niños de la soledad”, la vida de los niños como Henry “está rota, fragmentada. Es una vida con tíos, que sólo aparecen cortés y efímeramente porque, como los políticos que han triunfado no vuelven jamás a donarnos su intimidad” (Elisa Lerner. Comprensión de Henry). 


Finalmente Lulú a diferencia de Periquita, quien al pasar mucho tiempo sola en casa de la tía o al cuidado de una señora, sale a la búsqueda de otros domicilios donde encontrar un compañero de juego (La crónica de un pequeño matriarcado, E. Lerner), se rebela ante la indiferencia del padre, admitiendo solamente frente al otro sexo una astuta competencia.

Bibliografía
Andrés Silva. Un Muerto.

Earle Herrera. La Magia de la Crónica. Dirección de Cultura. Universidad Central de Venezuela. Caracas. 1986.

Elisa Lerner. Crónicas Ginecológicas. Línea Editores Caracas. 1984.

Elisa Lerner. Yo amo a Columbo. Monte Ávila Editores, C.A. Caracas- Venezuela. 1978.

Daniel Mendoza. Muchachos a la Moda.

Jabino. Medicina Callejera.

José Antonio Ramos Sucre. Antología Poética. Monte Ávila Editores. Prólogo de Francisco Pérez Perdomo. Caracas- Venezuela. 4ta Edición. 1998.

Julio Ramos. Desencuentros de la Modernidad. Fondo de Cultura Económica. Primera Reimpresión. México. 2003.

Virginia Woolf. La señora Dalloway. Prólogo de Mario Vargas Llosa. Traducción de Andrés Bosch. Edit. Lumen. Quinta Edición. España- Barcelona. 2007.

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